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Intensamente: 6 claves para entender los cambios cerebrales de tu hijo/a adolescente y sus conductas


Algunas de las principales dificultades que vivimos en la crianza, se relacionan con las diferencias entre las conductas de nuestros hijos y las expectativas que tenemos acerca de ellas.


Ya sea por la etapa en que se encuentran, por sus características personales, por sus ritmos individuales de desarrollo o por las exigencias sociales, muchas veces esperamos de ellos conductas que no pueden presentar en la realidad.


Le sucede esto a Paula, quien se siente sobrepasada con su hijo de 5 años porque “es tan inquieto”; a Ricardo que está preocupado porque su hijo de 2 años y medio es “muy dependiente”; a Andrés que se siente frustrado con su hijo de 11, porque no se adapta a las altas exigencias académicas del colegio que siempre soñó para él; a Claudia, quien pierde la paciencia con su hijo de 15 porque “no es capaz de ponerse en el lugar de los demás”.




Pero esta situación es particularmente así para quienes criamos y/o trabajamos con adolescentes, porque en ocasiones, son incluso más altos que sus propios padres, con lo que fácilmente podemos olvidar que no son adultos, que su cerebro no es el de un adulto y, por tanto, difícilmente podrán responder a nuestras expectativas de comportarse como tales.



Los adolescentes viven una revolución cerebral que implica cambios tan radicales, que en ocasiones a los padres nos parece desconocido aquel joven que hace muy poco era un niño tan diferente y que hoy tiende, por ejemplo, a comportarse de forma impulsiva, le cuesta ponerse en el lugar de los otros y medir los riesgos de lo que hace. Este desconcierto no sólo lo sentimos los padres, sino que muchas veces también los adolescentes consigo mismos.


Por esto, resulta muy útil y necesario para los papás y personas que trabajamos con adolescentes, entender algunos de los profundos cambios de su cerebro y así poder empatizar, acompañarlos, comunicarnos mejor y apoyarlos en sus debilidades, pero sobre todo, no esperar comportamientos, decisiones y reacciones adultas de su parte.


Entonces, si bien debemos considerar las diferencias y ritmos de desarrollo individuales, hay ciertos patrones que nos permiten entregar claves sobre algunos cambios cerebrales de los adolescentes y cómo éstos los afectan.


1. Se produce una gran reorganización cerebral:


Durante la adolescencia temprana o pubertad, nuestros hijos atraviesan por un proceso llamado poda sináptica, donde su cerebro se re-ordena y entre otras cosas, se eliminan conexiones que ya no se usan y las más útiles se fortalecen. Durante este proceso, generalmente pasan por cambios de ánimo constantes, un aumento de la impulsividad y cierto receso cognitivo, siendo en general un momento difícil para ellos mismos y para las personas con las que se relacionan.


No obstante estas dificultades, este proceso permite que nuestro/a hijo/a comience su adolescencia con un cerebro nuevo, mucho más eficiente, dando paso a una fase muy sensible, donde su cerebro está particularmente adaptable y vulnerable a las influencias del ambiente, poniendo al adolescente en riesgo frente a las influencias negativas, pero también permitiendo una excelente oportunidad para su aprendizaje, su creatividad, para adquirir progresivamente nuevas habilidades sociales y cognitivas y para que su razonamiento alcance niveles de abstracción cada vez más sofisticados.


Este “nuevo cerebro” nos presenta un adolescente con mayor capacidad creativa y reflexiva, que tiende a encantarse con estas nuevas habilidades, con lo que puede volverse más argumentativo, cuestionador y crítico, más rígido en sus posturas y muchas veces defensor de causas extremas. Es un momento que requiere mucho de nuestra presencia adulta, compañía y conversaciones respetuosas y curiosas, para explorar sus creencias con ellos y ampliar, aclarar y fortalecer sus nuevas reflexiones y visiones de mundo.



El sistema límbico, también llamado cerebro emocional, en los adolescentes tiene ciertas particularidades, por lo que no nos debe extrañar que nuestro/a hijo/a adolescente requiera de estímulos más intensos para disfrutar, tenga una mayor tendencia a correr riesgos y a disfrutarlo y sea extremadamente subjetivo/a en su forma de entender el mundo.


Si bien esto los deja vulnerables a riesgos, son cambios que no sólo tienen consecuencias preocupantes y negativas, si no que también les abre la posibilidad y deseo de innovar y alejarse de lo establecido, de crear con menos limitaciones que los adultos y estar más abiertos al cambio.


En este sentido, uno de los apoyos que necesitan de nosotros, es acompañarlos para que al aprender a regular sus emociones, no pierdan esa libertad, creatividad y capacidad de sorprenderse, ya que muchos adultos sabemos cómo puede perder sentido la vida cuando perdemos ese impulso vital.



Una de las áreas del cerebro que se encuentra aún en desarrollo en los adolescentes, es la corteza prefrontal, la que va cambiando y madurando hasta bien entrada la edad adulta. Es un aspecto radical para comprender la conducta de nuestros hijos adolescentes, ya que esta área está involucrada en una serie de funciones cognitivas de alto nivel que, por lo mismo, en ellos aún no se han desarrollado completamente.


Dentro de estas funciones está la toma de decisiones, la capacidad de reflexionar sobre las consecuencias de las propias conductas, de regular comportamientos inadecuados, la habilidad para ponerse en el lugar del otro, la atención selectiva, las habilidades de planificación, etc. Por eso, no nos debe extrañar que nuestro/a adolescente tienda a fallar en situaciones que implican estas habilidades.


Por otra parte, la corteza prefrontal está en constante interacción con el cerebro emocional, lo que explica que podamos regular nuestras emociones y los riesgos excesivos. Entonces, en los adolescentes hay una menor regulación y por tanto una mayor intensidad en sus emociones. Esto les permite experimentar la vida más plenamente, pero también las emociones fácilmente pueden tomar las riendas y tornarlos excesivamente reactivos, impulsivos y de humor muy cambiante.

Además, esto implica que haya una gran inestabilidad en el sistema de respuesta al estrés, lo que puede llevarlos a responder con ansiedad y defensivamente ante situaciones que no son amenazas realmente, mostrándose impulsivos y con poco autocontrol.


Se establecen los circuitos que permiten la memoria autobiográfica, imprescindible para la formación de la propia identidad y se despierta el querer saber quién soy y cómo soy.

Por lo mismo, el cómo me ven los otros, en los adolescentes es un aspecto crítico y los padres debemos estar muy atentos a ello, ya que su cerebro se torna muy sensible a la aprobación y al rechazo.


Durante las últimas horas del día el organismo segrega melatonina, que es la hormona que induce el sueño. Durante la adolescencia se altera el reloj biológico y el máximo de melatonina se alcanza más tarde en el día, en relación a los adultos, impidiendo que se concilie el sueño más temprano y por lo tanto, tienden a estar agobiados y sin energía al comienzo del día.


Sin embargo, dentro de las posibilidades que nos deja esta alteración biológica, es muy importante cuidar las horas de sueño en nuestros hijos adolescentes, ya que existen procesos biológicos que sólo tienen lugar durante el sueño, como la regeneración neuronal y la secreción de la hormona del crecimiento.

6. Diferencia entre mujeres y hombres: Los profesores que trabajan con adolescentes y pueden establecer comparaciones cotidianas entre hombres y mujeres, observan que en general sus ritmos de maduración son diferentes. Efectivamente, por ejemplo, las mujeres maduran más rápidamente las regiones que procesan el lenguaje, el control del riesgo, la agresividad y la impulsividad. En cambio en los hombres, maduran más rápidamente las regiones cruciales para las tareas espaciales como los deportes.


Es así como los cambios que se dan en el cerebro adolescente implican una especie de revolución, por lo que conocerlos no solo nos permite reconocer posibles riesgos para prevenir, sino que también oportunidades para apoyar, estimular y -como dice Daniel Siegel en su libro que recomiendo, “Tormenta Cerebral: el poder y el propósito del cerebro adolescente”- recordar que los adolescentes no necesariamente tienen que “sobrevivir” a esta etapa, si no, bien acompañada y contenida, les permitirá crecer en habilidades y potencialidades.


(Basado en artículo que escribí para #mamadre)


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